lunes, 30 de enero de 2012

La habitación del rico (The room of the rich man)

Me demoré en escribir este artículo porque al pensar en mi experiencia en India no puedo evitar hacerlo con dolor, y más dolor por mis coterráneos que por lo que ví allá. Sin embargo, tengo que escupirlo. No puedo tenerlo en mi sistema por más tiempo.

Algo que me asombró en el sur de India es que sus habitantes son capaces de las mayores proezas en pos de la amistad. Cuando comenzamos el tour, había con nosotros 3 personas indias: El cocinero, el guía y asesor de rutas, y el dueño de Prana Renaissance, mi amigo Abhilash. Y 4 con el conductor de la van, de quien escribiré un artículo más adelante. Todos ellos a medida que pasaba el tour me di cuenta de que eran personas muy especiales. Lo que no puedo decir de quienes yo había traído conmigo.
El tour había sido pensado para personas espirituales y abiertas. La idea era poder conocer todos los templos del sur, por lo menos los más importantes. Templos hindúes, por supuesto. Y en muchos de los lugares, creo que ya lo relaté en otro artículo, los hoteles eran bastante sencillos, pero la idea de quedarse en ellos era hacer un pequeño sacrificio para poder disfrutar de la maravilla de esos templos antiguos. Sin embargo, la mayoría de nuestros comensales no entendieron el propósito. Uno quería comprar ropa de marca. La otra quería tener criados y pajes blancos, hacerse el manicure en algún salón, conseguir coca-cola a todo momento, y pensaba que India era tigres y elefantes. Otra hacía yoga, quería vestir de saree, conseguir malas de piedras preciosas para regalar a sus amigos, sabía varios mantras, y quería ponerse un bindi todos los días, pero todos los días que se subía a la van decía las mismas palabras: "uy, huele a chucha (sudor de axila)", "uy, ese conductor cómo huele, fuchi".
Yo estaba metida en mi trabajo, que era traducir, bien dificil que me resultó porque el inglés de los indios del sur es bastante enredado. Ya contaré los chascos que me ocurrieron por causa de su acento. Pero por esa razón hubo varias cosas de las que no me enteré durante el viaje sino cuando ya habíamos regresado a Colombia. Por ejemplo, que el segundo o tercer día, a una de las señoras (con la que viví la experiencia del brahman), cuando fuimos al ashram de Aurobindo en Pondicherry, y llegamos a un monumento, todos nos arrodillamos frente a él en señal de respeto, y nos sentamos a meditar bajo un árbol gigantesco y hermoso. Pues en ese momento, los otros tres personajes que describí, agarraron a mi compañera de milagros y le dijeron: usted por qué se arrodilla frente a esos altares profanos? Eso es herejía, la podrían excomulgar por eso. Acaso quiere dejar de ser cristiana? Acaso se quiere ir para el Infierno? Y más tarde en otro templo le dijeron: esos indios, y el profesor de yoga y esa traductora, seguro son brujos y pertenecen a una secta satánica. Seguro nos quieren convertir a su religión. ¡Cuidado!, le gritaron, me los imagino, crispando sus manos y echando babasa por la boca. Y seguían pronunciando las palabras "herejía", "brujería", "excomunión". Y llegaban al hotel y miraban todo con asco y se reían de la comida, y luego se burlaban de cada cosa que los indios hacían. Para los cristianos, todas las demás religiones son herejía, a pesar de que el cristianismo tomó mucho de esas religiones para poder existir. Sin embargo, esas religiones no llaman al cristianismo de hereje; todo lo contrario, respetan a Cristo, y admiran sus enseñanzas, como a las de Buddha, o Mahoma, o Fu Xi. Esta foto que tomamos habla por sí sola:



Tal vez si yo hubiera sabido estos episodios hubiera contado lo que Abhilash me contó:

El señor que viajaba con nosotros y que era experto en rutas, un señor como de unos 50 años, tiene él mismo una compañía de turismo en India. Todos los años hace tours por toda la India y se la conoce como la palma de su mano. Es un señor en apariencia humilde. No usa ropas costosas. Pero tiene una mirada con mucha fuerza. Viéndolo por encima uno diría que es una persona común y corriente. Sin embargo, fue como 3 días después de comenzar el tour que Abhilash me dijo que ese señor era muy amigo de su familia, y que era por eso que él lo había llamado para que nos acompañara en el tour para prestarnos sus conocimientos turísticos. Es de la casta de los brahmines, es decir, la casta sacerdotal de la India. Es la casta que básicamente maneja el país y que tiene mucha influencia económica. Muchos de ellos son comerciantes y manejan mucho dinero. Satish, que así se llama él, ha estudiado mucho y ha viajado mucho. En su casa se viste con ropas finas. Pero para los tours, me explica mi amigo, usa ropas sencillas para soportar el trajín de estarse moviendo, y para no tener que viajar con mucho equipaje. Ese señor que ves ahí con esas ropas que parecen viejas, me dice, me ha dicho que para no hacernos incurrir en gastos "innecesarios", no ha aceptado que le proporcionemos una habitación para pasar las noches, sino que ha preferido dormir en la van. El y el cocinero, Prakash (otro encanto de persona), han preferido hacerle compañía al conductor y quitarse el cansancio del día en los incómodos asientos del vehículo que nos transportaba. Y todos los días, ellos iban a la recepción del hotel donde estuviéramos, y pedían cualquier grifo de agua para darse un duchazo, cambiarse de ropa y volver a subirse a la van para irse con nosotros. Yo la primera noche del tour sí los vi acostados en los sofás del lobby del hotel, pero como no los conocía muy bien no le di tanta importancia. Pero ya cuando supe la panorámica de la realidad, sentí mucha rabia de la gente con quienes viajábamos, pues yo sé cómo son las cosas en Occidente, y en mi país. La gente le roba a su propio hermano, a sus amigos de infancia. Les ofrece ayuda pero rara vez es gratis. Yo veía estas personas sometiéndose a esas incomodidades sólo por amistad y sin pedir nada a cambio, y lo único que cabía en mí era un profundo asombro, una profunda reverencia. Y por eso cuando regresé y la gente me preguntaba qué opinaba del clasismo en India no sabía qué contestar, porque por lo menos en mi viaje, el conductor, el cocinero y el guía, que se podía notar que eran diferentes entre sí, se hermanaban durmiendo de la misma incómoda manera, y duchándose en el patio de los hoteles, y tomaban del mismo té que nosotros, sin verse nunca en sus caras una señal de queja, de rencor, de querer cobrar algo a cambio. Y cuando supe los comentarios que le habían hecho a mi amiga sobre lo "satánico" y "hereje" de una religión mucho más antigua que el cristianismo, cotejada con el comportamiento cotidiano de estos tres hombres, no pude más que sentir vergüenza ajena por mis compatriotas. Ellos, claro, no tenían por qué saber de esa situación de entrega que ellos vivían todos los días, pero no tenían que saberlo para darse cuenta de quiénes son los indios, y de lo evolucionados espiritualmente que están respecto de nosotros. Claro, en India hay corrupción, hay pobreza, hay injusticias, como en todos los países del mundo (que el que esté libre de peculado que tire la primera piedra) pero son estas situaciones las que lo dejan pensando a uno, a uno como persona, si con el exoterismo que su religión natal le proporcionó durante la vida podría ser capaz de olvidarse por un momento de las necesidades de su ego y hacer un sacrificio así, por el beneficio de un amigo; sólo por quitarle un poco de peso de los hombros y cargárselo uno sobre los suyos.


De izq. a der.: Satish, Prakash y Abhilash.

Una compañera de viaje, Inés Fonseca, me escribió una carta sobre este artículo. Véanla aquí

viernes, 27 de enero de 2012

Lo que debes saber antes de ir a la India (What you must know before going to India)

La siguiente es una lista de cosas que debe saber cualquier persona que vaya a ir a la India:

1. Lo que se debe llevar entre la maleta:

- Papel toilet
- Toallas húmedas
- Sal de frutas

2. Lo que se puede comprar en la calle:

- Agua en botella, si está sellada
- Pasabocas artesanales - en algunos puestos venden diferentes pasabocas artesanales que son ricos y seguros, y que nos quitan el hambre cuando estamos desplazándonos de un lugar a otro. Sólo asegúrense de que sean "not spicy". Los que son dulces son muy ricos y no son nada picantes.



- Cocos: el coco es una fruta de un simbolismo muy profundo. En las bodas lo dan como símbolo de la unión, al pie de algunos templos lo venden, y lo usan como ofrenda a los dioses. Además, nutricionalmente es una fruta que tiene agua y tiene la parte sólida. El agua de coco contiene electrolitos que restauran las sales que pierde el cuerpo con el calor y las caminatas. En el sur de la India es común ver vendedores de cocos a la vera de las carreteras y es absolutamente seguro, sin riesgo alguno.
- Jackfruit, o como dicen los brasileros, jaca, que es de la familia de las guanábanas, las chirimollas y los anones, un poco seca en apariencia pero que de un modo asombroso quita la sed y el hambre.
- En general frutas aunque suelen ser caras.
- Té masala (chai masala): hay muchos puesticos humildes aquí y allá que venden algunos paquetes (papas, plátanos, etc.) y que venden té. El té masala es delicioso, quita el cansancio y da energía.

De Viajando con Prana Renaissance


3. Lo que no es seguro o común conseguir:

- Restaurantes de comida confiable. En qué sentido confiable? Por lo general la comida india está bien cocida, no hay cosas crudas que puedan transmitir enfermedades, y como es raro ver un restaurante "non-veg" (no vegetariano) en la carretera, no corremos el riesgo de que a través de la carne mal cocida podamos contraer alguna infección o parásito. El riesgo entonces cuál es? Pues que la comida esté excesivamente picante y que nuestro organismo no pueda tolerarla. Por eso es mejor ir con alguien que sepa adónde llevarnos y que conozca nuestro paladar. En mi caso no hubo problema porque tuvimos un cocinero que se transportaba con nosotros y que cuando era hora de comer, o buscaba dónde le prestaran una cocina, o de todos modos viajaba con un cilindro pequeño de gas y una estufita para calentarnos nuestra comida especial. Por eso ninguno de nosotros sufrió de desórdenes digestivos durante el viaje.
- Para quien viaje de mochilero, es mejor no buscar un hostal porque éstos no son sanitariamente muy aceptables. Algunos estudiantes de yoga o mochileros se hospedan en ellos pero no son recomendables. Si de todos modos se está buscando algo económico, los resorts es lo que se usa. Un resort 3 estrellas no será como uno de 5, pero la atención es buena, son limpios y cómodos. Pueden costar 1.500 - 2.000 rupias, es decir, entre 30 y 40 dólares la noche por persona.

4. La ropa que se debe llevar:

- Una pashmina para entrar a templos, palacios, ashrams y museos.
- Tanto para hombres como para mujeres, para entrar a los mencionados sitios, es mejor llevar vestidos largos, o pantalones largos, no shorts ni bermudas.
- Si se viaja en la época de los monsones, que es ideal porque no hace tanto calor, hay que llevar un sweater (puede ser de sudadera - polerón) y un paraguas o chaqueta cortavientos (lona) por si llovizna. No suelen caer aguaceros fuertes pero sí lloviznas.
- No es recomendable viajar con zapatos de amarrar, sino con sandalias, o valetas, porque hay que estarse quitando los zapatos para entrar a templos, palacios, museos, casas y algunas tiendas. En algunos sitios hay casilleros y personas que los cuidan, en otras no hay nada, pero en todo caso, nadie los va a robar.
- Mejor si no se llevan tops de tirantas ni camisetas sin mangas, es mejor usar camisas o camisetas con mangas, o comprarse un set de kurtas o kurtis que son muy bonitos, baratos y frescos para usar incluso en días de calor.

5. Las costumbres que hay que conocer a priori:

- Los Indios, como todos los demás pueblos asiáticos, tienen relaciones muy espirituales con todo y con todos, ellos dan mucho valor a la mirada y a los gestos, pero se abruman con el contacto físico. Saludar con "namastê" juntando las palmas, hacer venias en señal de respeto, y no acercarse a menos de 50 cms al interlocutor es lo más común. Ellos aprecian las sonrisas y el silencio. Apretones de mano están acostumbrados también a dar y a recibir. Abrazos, gritos de emoción, movimientos bruscos, eventualmente pueden molestarles. Sin embargo, si un abrazo es dado con sinceridad y profundo afecto, en ciertas circunstancias pueden relajarse y responder bastante bien.
- En cuanto al lenguaje, las lenguas del sur son de acentos fuertes, de consonantes marcadas: rr, t, s, p. Parece que hablaran español por su fonética, pero un español incomprensible. Sus vocales son cortas, cortantes, pero al mismo tiempo sutiles y respetuosas. Cuando hablan entre sí expresan más con los ojos que con la voz. Cuando ellos explican algo, o nos dan a comer algo, y los latinos responden "aaaaahhhh", "oooohhhhh", "mmmmmmhhh"... ellos se chocan un poco. Una vez me dijeron "nosotros hacemos esos sonidos cuando estamos en la intimidad, pero no en público".
- Ellos poseen un radio de espacio íntimo bastante amplio, como decía, cruzarlo es arriesgarse a que ellos se abrumen un poco. Pero en otros ámbitos ellos no temen estar a milímetros del otro. Sobre todo cuando manejan. Mi conclusión, que se la comenté a Abhilash, fue: "Ustedes son distantes en persona, pero se suben al carro y se vuelven 'íntimos' con los otros carros".
- Lo que ellos nos critican es que 'pensamos demasiado':
+ Pensamos demasiado, sentimos poco.
+ Pensamos que todo tiene que tener un significado o una razón: un antes o un después. Siempre estamos preguntando: por qué, cómo, cuándo, cuánto. Nos olvidamos de admirar la cosa en sí, en su presente. En su felicidad de ser.
+ Queremos saber la cifra de todo. Cuándo fue construido el templo, cuántos ladrillos o escaleras tiene, cuántos metros tiene. Vemos un árbol y preguntamos cuántos años tiene. Vemos una montaña y nos preguntamos cuánto nos demoraremos en subirla o cuál es su altura. Pero no admiramos su belleza, no devoramos sus colores, no sentimos su esencia.
+ En resumen, es como el famoso maestro zen Bruce Lee le dijo a su discípulo en ese mondó: "don't think, FEEEEEL".

- Hay que hacer un curso de cómo utilizar el baño tradicional indio. Que es el mismo baño tradicional japonés. Al comienzo uno se vuelve un ocho tratando de sentarse, de tener puntería,... pero al final uno descubre que no hay forma más natural de "descargar tensiones internas" que el baño en el piso. Eso sí, como en muchos baños de muchos países no asiáticos, es mejor pensarlo dos veces antes de entrar, y es mejor a veces esperar a estar de vuelta en el hotel.



- El modo indio de bañarse es con un balde grande y una especie de totuma. Hoy estos dos implementos son plásticos, de colores. Y en la mayoría de hoteles tienen además la ducha occidental, con agua caliente y fría en algunos, con sólo fría en otros. Pero si uno se quiere "empapar" de la cultura, probar el duchazo indio tiene su gracia. Algo pasa cuando uno se baña a totumadas. Es como si uno pasara por una máquina del tiempo. Antes de la invención de la ducha, y de la bañera, todas las culturas nos bañábamos así, cuando no era directamente en el río. Y es especial sentir cómo el cuerpo no necesita de algunas tecnologías que nos han vendido como fundamentales.



- Ellos, aunque son parcos con el lenguaje y los gestos, son muy expresivos al volante. El pito (cláxon) es un lenguaje muy usado (un poco abusado) en la carretera. Incluso me asombré de ver en la parte de atrás de los camiones y los buses: "sound horn", "sound TATA horn", e incluso en uno de ellos vi una vez: "PLEASE sound horn", como si fuera casi una filia. Se espera que el carro de atrás toque el pito. Para adelantar un carro, para hacer un cruce, cuando se encuentran dos carros que van en sentidos opuestos, para saludar, para despedirse, para decir "aquí vengo",o "te estoy viendo"... para todo. Los de castas más altas lo usan un poco menos, los de más bajas lo usan más, pero en general si uno no está en un estado meditativo se puede volver... un dolor de cabeza.



6. Lo que no se puede dejar de hacer en el sur de India

- Hay que resaltar aquí que, así como cuando los japoneses budistas vienen a un país católico y entran en silencio a las iglesias y se sientan en las bancas en vez de pararse sobre ellas y gritar groserías en japonés o tirarle tomates al crucifijo, así mismo cualquier turista occidental que entre a un templo hindú o budista debe observar respecto para con los dioses de otras culturas. Los templos del sur de la India son imperdibles, el que más me impactó a mí fue el de Somanathpur que es del tamaño de una casa y está tallado todo de una sola piedra, con una maestría y una estética impresionantes. De la religión que se sea, estos monumentos a la capacidad humana para llegar a una maestría absoluta sólo para honrar a sus dioses, no pueden dejar de visitarse. Y el hecho de quitarse los zapatos a la entrada, entrar en silencio, untarse el rojo y las cenizas en la frente, pasar frente al fuego, dejarse bendecir por el brahman, recibir el agua sagrada y beberla, no nos hacen herejes ni nos convierten a otra religión. Les hacen ver a los hindúes que somos capaces de encontrar la misma sacralidad en cualquier tipo de templo, y a Dios en cualquier estatua de los dioses del mundo. Nos hace evolucionados y sabios. Esto me hace pensar en el término "guerras santas". No hay mayor contradicción que matarse por un nombre, por un templo de distinta arquitectura, por una estatua. Qué poco santo que la falta de comprensión hacia el otro. Y el otro término: "tolerancia". Tolerar es tomarse un remedio muy desagradable para tratar una enfermedad. Tolerar es no golpear al otro a pesar de que se sienten ganas. Pero lo que se ama no se tolera. Lo que se ama se comprende, se perdona, se acepta. Tolerancia es resignación, Comprensión implica más trabajo, pero es mucho más maduro y sincero. Algunas personas van a la India a hacerse masajes y a ver tigres, pero no son capaces de mostrar humildad en un templo.
- Obviamente no se puede dejar de entrar en un centro ayurvédico. En Mysore hay varios, todos excelentes, donde te hacen masajes y mascarillas faciales según tu tipo de piel, masajes corporales, baños al vapor con hierbas, y hay un médico con quien puedes tener una consulta y comenzar un tratamiento para dolencias, condiciones o enfermedades particulares. En India, el ayurveda no es "medicina alternativa" como ingenuamente la llamamos en Occidente, es simplemente medicina. Y si uno se queda un par de meses en India, el centro de Mysore tiene habitaciones, y lo tratan a uno para cualquier cosa. Lo alinean y lo dejan como nuevo con dieta, medicación, masajes especializados, baños, ejercicios de yoga.
- No se puede dejar de ir a Bandipur donde le hacen a uno un recorrido por el parque natural y puede ver varias especies animales como venados, pavos reales, monos, y ocasionalmente tigres dependiendo de la temporada.



- No se puede dejar de pasar por los Ghats occidentales que es una selva subtropical muy antigua, con pequeñas cascadas y arroyuelos a lado y lado de la carretera
- Es obligación ir a comprar sedas, las de Mysore son famosas, y se consiguen a precios increíbles. También todo lo relacionado con el sándalo: jabones, inciensos, mascarillas, cremas, y tallas con la madera.

De Viajando con Prana Renaissance

jueves, 26 de enero de 2012

¿Vamos a la playa? ¡Ponte el saree! (Let's go to the beach, put on your saree)

De Viajando con Prana Renaissance


Como decía en un capítulo anterior, algunas mujeres compran un saree por la novelería de hacerlo. Muy pocas vuelven a su país de origen y lo usan alguna vez. Pero una de nuestras compañeras de tour quiso usarlo durante el tour. Justo en el día que íbamos a ir a la playa. "Si quieres usar saree en la playa, pues hazlo", le dijimos medio en broma.
Estábamos en Kanyakumari en el extremo sur de India y era la primera vez que íbamos a una playa en todo el viaje. Todo el resto se armó de sus trajes de baño, su bronceador, su toalla, sus gafas de sol. Y nos fuimos todo el grupo con la ilusión de conocer cómo eran las playas del sur de la India, y cómo era eso de bañarse en el encuentro de tres mares de Oriente. El plan sonaba bastante exótico sin duda.

Pues cuando llegamos al lugar, nos llevamos una gran desilusión. Primero, había mar, sí, todo el mar posible. Pero playa, cero. Había unos escalones de cemento, como para sentarse a contemplar "la Gran Rosa Gris" como llamó Paul Claudel al océano. Pero las orillas del mar no eran arenosas sino rocosas. Y no de rocas lisas sino de rocas llenas de pequeñas púas que rasgarían cualquier vestido de baño.
El siguiente factor era que el tiempo estaba un poco frío y nublado. Pero el último factor, que nos impactó mucho, fue que vimos mucha gente esa tarde en ese lugar, vestidos, paseando entre esas rocas que se esparcían como animales prehistóricos dormidos aquí y allá. Niños de colegio, familias indias, parejas. Los niños con su uniforme, las familias con sus vestidos tradicionales, las mujeres con sus sarees o con sus kurtas.
Esa tarde anduvimos buscando una playa hasta que cayó el sol. El lugar donde estaba la playa tenía una cuneta que la separaba de nosotros, y que se extendía por kilómetros. No había forma de pasar al otro lado. Era como si estuvieran metiendo o arreglando una tubería de gas, de luz, de agua. Terminamos llegando cerca de una iglesia católica, y los que quisieron entraron un rato a rezar. No es común ver iglesias católicas en el sur de India, aunque las hay, como hay mezquitas, pero uno puede pasar una semana entera viendo sólo símbolos y monumentos hindúes.
Al otro día tomábamos camino por el occidente, a lo largo del mar arábigo, y pudimos darnos nuestra zambullida... que fue más bien una revolcada.
Había playa, una playa con bastante greda, y nos tomó por sorpresa. Esta vez no llevábamos, ninguno, nuestro traje de baño. Pero nos bajamos de la van y corrimos hasta que nuestros pies se llenaran de arena, y nos descalzamos y nos metimos así vestidos. Después miramos a nuestro alrededor. No sé si era por la época -julio, los monsones- que estaba toda la playa desierta, con ocasionales llegadas de una que otra personas. De todos modos vimos, de nuevo, que ninguno de nuestros temporales compañeros llevaba traje de baño. Es algo que tengo que preguntar aún, si en otras circunstancias veremos gente con bikini y pantaloneta echada rostizándose al sol. Pero a juzgar por lo tradicional y pudorosa de la gente de ese país, concluyo a priori que es más fácil ver a un rico entrar por el ojo de una aguja que ver bikinis en la India (o como sea).
De todos modos, en esas circunstancias y teniendo en cuenta lo picado del mar en esa zona sur-occidental de la India, fue mejor haber entrado vestidos que en bikini y zunga, pues es mejor ser un vivo vestido que un ahogado desnudo. Y el consejo que les doy es que, como sea que decidan irse a esas playas en esas épocas del año, si deciden entrarse con ropa al mar, dos cosas: no se pongan pantalones con bolsillos porque pueden convertirse en peligrosos sacos de arena, y fíjense que, o el elástico de la cintura esté bien templado, o no tenga elástico. A mí, que el número 3 me persiguió en ese viaje (lo narré en el episodio de la elefanta), fui revolcada por 3 olas seguidas, y en la maniobra entre mantener arriba mis pantalones (que eran con elástico) y conseguir chapucear fuera de las olas, al no conseguir del todo ni lo uno ni lo otro, el último pensamiento que tuve en un momento fue: prefiero ser una ahogada vestida. Mis últimas palabras hubieran sido: auxilio!... AARRGGHH!!!... Otra vez no!!!
... afortunadamente y a pesar de que la gente no me hubiera salvado porque pensaba que yo estaba molestando, logré salir de esa (como salió el resto a quienes les pasó algo parecido) y al final, tomándonos un té masala, como abunda en todas partes y es lo único seguro de tomar, porque es hervido, no picante, y es delicioso, nos mirábamos las caras llenas de arena como estatuas medio traídas a la vida, cansados y adoloridos, pero vivos y... vestidos.


De Viajando con Prana Renaissance

martes, 24 de enero de 2012

Milagros, II: Ganapati, la elefanta (Miracles, II: Ganapati, the female elephant)



En India, el elefante es un animal-símbolo, tanto como la vaca y el toro. El toro, nandi, es el vehículo de Shiva. Las estatuas de toros son comunes en los templos. La más grande está en Thiruvanamalai:



Y el elefante aparece relacionado con dos símbolos importantes: Ganesh, el dios cabeza de elefante, hijo de Shiva, que se representa con un colmillo partido,:



... Y dentro del budismo, se dice que a Maia, la madre de Buddha, un elefante blanco se le apareció en un sueño y cuando ella despertó, había concedido a Gautama. En el sur de India hay varios criaderos de elefanates, que son reservas donde se les otorga a estos maravillosos animales un lugar donde vivir, sin cercas ni jaulas, y se sostienen a través de la tienda de souvenirs y de las boletas que pagan día a día los visitantes para observarlos y para montar sobre ellos.

Dentro del itinerario para los últimos días que nos quedamos en Mysore, fuimos a uno de estos criaderos de elefantes. Era una mañana de llovizna, y había que tomar una lancha que lo cruzaba a uno de una orilla a otra de un río para llegar al lugar donde se encontraban los elefantes.
Sin embargo, a causa de la llovizna, los elefantes no estaban a la vista. Sólo permanecía en primer plano una elefanta anciana a la que le faltaba un colmillo y a la que tenían encadenada para que no echara a correr, así que caminaba mucho más lento que de costumbre, y daba lástima verla como daba cada paso cuidando de no enredarse. Nos advirtieron que no nos acercáramos mucho porque podía asustarse y atacarnos, así que mantuvimos una distancia prudente.
Había un lugar muy rústico con unas escaleras de palo por donde uno subía y al final se encontraba con una cabaña elevada. Un puesto que ofrecía una vista panorámica del lugar y desde donde pudimos ver a lo lejos, confundidos entre la exuberante vegetación subtropical, un grupo de elefantes. Había varios elefantes pequeños jugando y correteando bajo la llovizna.
En el extremo opuesto del lugar, había una llanura verde que estaba empantanada por las lluvias de la época: en junio pasan por ahí los vientos monsones, y las lloviznas son frecuentes. En Karnataka, estado al sur de la India donde nos encontrábamos, los monsones no son tan destructores como en otros estados, y al contrario, refrescan el aire y lubrican la tierra. El calor baja y es la época perfecta para viajar.

De Viajando con Prana Renaissance


Parados ahí en ese rústico observatorio, vimos una senda trazada por pies humanos, con otro elefante confundiéndose con la niebla, y nos quedamos viendo cómo de vez en cuando iban y venían algunas personas. Daba la impresión de que por ahí cerca hubiera una aldea, y que ese fuera paso obligado para sus habitantes. El elefante los miraba impasible y se desplazaba lento y meditativo, acostumbrado a la presencia de esas gentes.
La elefanta caminaba arrancando pasto con su trompa, siempre manteniéndose cerca de nosotros, mirándonos de reojo de vez en cuando, y por lo menos yo, también la miraba de cuando en vez.
Bajamos del observatorio y comenzó a llover más fuerte. Cabe decir que turistas éramos los únicos. Decidimos que ya era hora de irse. Pero teníamos que esperar que la lancha viniera por nosotros. No había forma de llamarla, así que sólo se requería de paciencia.
La elefanta se mantenía ahí, y yo sólo podía admirarla. Me transmitía una paz y una hondura indecibles. Sus ojos no tenían emoción, sino ... "sciencia". Era la mirada de un ser que lo sabía todo.

Llegó la lancha finalmente y nos recogió, pero mientras tanto, la elefanta se había parado a la orilla del río, muy cerca de nosotros. Comenzamos a pensar qué nombre ponerle, y decidimos llamarla Eli.
Cuando nos subimos a la lancha, mientras arrancaba, había una pequeña hondonada que seguro los mismos elefantes habían moldeado para poder ir a tomar agua. Y Eli, Ganapati* como le puse secretamente, se paró en esa hondonada, nos miró un momento y con su trompa todos la vimos hacernos tres reverencias. Una, dos, tres. La emoción fue tanta que casi nos ponemos a llorar. Esto me confirma que los elefantes son de los animales más sabios del planeta, junto con los delfines, las ballenas y las abejas. Y también me hizo pensar que acaso no era una casualidad que esa elefanta tuviera un colmillo quebrado, como el dios. En ese momento en que el animal se colocó en esa hondonada y en silencio subió y bajó la trompa 3 veces, yo me sentí tocada por lo divino. Sentí que, como nos había dicho el brahman, no se necesitan templos para encontrarse en un ámbito sagrado.

*Ganapati: versión femenina de Ganesh. Significa "esposa del pueblo", y su función es armonizar ambientes colectivos donde hay una discordia. El mantra para ella es:

OM GAM GANAPATA IE NAMAHA


lunes, 23 de enero de 2012

Milagros, I: encuentro con un avatar. (Miracles, I: encounter with an avatar)




Una de las experiencias más hermosas que viví en el sur de India fue una totalmente casual e inesperada, que no estaba incluida dentro del tour. Y sólo la vivimos dos personas. Pero las hierofanías operan así. Ellas están programadas en la vida de algunos seres humanos. Tal vez de todos, a su manera. Sólo que nosotros no lo sabemos. Y cuando nos llegan nos asombramos. Nos preguntamos, yo estaba listo para esto?

Me sucedió dentro de los últimos 7 días del tour, cuando estábamos quedándonos en Mysore. Esa mañana salimos a la colina Chamundi, que es como un Monserrate indio, sin teleférico ni funicular pero con las escaleras interminables en cuyo final se encuentra el templo de Chamundeshwari, otro nombre de Durga, la diosa que se pinta montada sobre un tigre, o un león, como en esta imagen:



Ella es la versión más antigua del Arcángel San Miguel. Ella fue invocada por los hombres para matar a los demonios. La postura en que la muestran haciéndolo es la misma postura del arcángel, agraciada, femenina, sonriente, con la lanza clavada en el demonio. Porque sólo una entidad femenina podía acabar con el malicioso demonio. Los hombres utilizaban la fuerza, la espada, la agresividad. Pero eso alimentaba al malvado en vez de vencerlo. Así que fue Durga con su persuasión, su seducción, su tranquilidad, la que desconcertó al enemigo y lo pudo doblegar.

Pero siguiendo con el relato, esa mañana la van nos dejó en la falda de la colina y se suponía que debíamos subir las escaleras hasta llegar a la cima para visitar el templo. Sin embargo yo estaba con los pies muy hinchados (algo de lo que sufrí todo el viaje) y no fui capaz de subir más de 10 escalones. Otras dos señoras que estaban conmigo, ambas tenían problemas de rodillas. Así que nos unimos para entrar en huelga. No podíamos subir la escalera. Preguntamos al guía si había otro modo de llegar, y nos dijo que había una carretera mucho más larga pero que llegaba también hasta la cima, que debíamos quedarnos abajo en la falda de la colina para que la van nos recogiera y nos llevara. Llamaron al conductor y él dijo que se tardaría un poco, pero no nos importó. Nos quedamos a esperarlo.
Después de observar un rato los monos que estaban por todos lados, volteamos hacia detrás de nosotros y vimos un muro con una reja. Detrás de la reja un patio con una especie de casa. Nada ornamentado. Todo muy sencillo. Nos preguntamos qué podía ser.

La reja estaba abierta, y una de las señoras entró. Yo la seguí sólo para decirle que quizá no era bueno entrar así en un lugar donde no nos habían invitado. La casa tenía una reja y se podía ver al fondo unos altares. Afuera, contra la pared, había un tablero con un listado de días y de pujas para cada día. Ahí comenzamos a entender que estábamos a las puertas de un templo. Pero yo no dejaba de sentirme un poco intrusa. Y se lo estaba diciendo a la señora cuando detrás de la reja apareció un brahman. Con su doti blanco, su torso descubierto, el cordón característico de todos los de la casta brahmin, de unos 50 años, pelo blanco, barba blanca. Tenía un ojo desviado y eso daba la impresión, cuando te miraba, de que te estaba auscultando el alma. Nos saludó con ceremonia, y contrario a lo que yo pensaba, nos preguntó muy amablemente si deseábamos entrar. Yo tardé en decir algo, creo que no dije nada, y él entonces continuó: si desean entrar pueden quitarse los zapatos. El asombro de ambas fue total. Nos quitamos los zapatos y entramos. A la izquierda había un cuadro de Ganesh, el dios con cabeza de elefante cuyo vehículo es el ratón, y al que se le ora cuando se tiene algún obstáculo para lograr un objetivo. Era un afiche medio descolorido. No era como esos templos ostentosos, enormes, llenos de columnas y de tallas. Era un lugar sencillo. El piso era de cemento, y al fondo, con cierto espacio entre uno y otro, tres monumentos como de la estatura de un hombre. La emoción con que recuerdo la experiencia, y lo importante de las palabras, hace que se me nuble la memoria y que no recuerde qué imágenes había en esos monumentos. Creo que una era de Shiva, otra de Kali y la otra de Ganesh. Estaban cada una encerrada entre un pequeño nicho. El templo estaba solitario. Había solamente unos 3 brahmanes paseándose o meditando en las esquinas. Nadie más visitándolo. Pero el brahman que nos dejó pasar, nos acompañó y nos comenzó a explicar sobre las estatuas. Nos preguntó de dónde veníamos, qué hacíamos. Yo respondí que éramos profesoras. Ahí comenzó la hierofanía. Comenzó haciendo una crítica a la educación. Dijo que lo más importante no era saber cosas, sino educar el alma. Nos dijo que el alma tiene el diámetro de un cabello, que es casi invisible, pero que al mismo tiempo es enorme. Y que cuando se educa, todo lo demás pierde sentido y se encuentra la felicidad. Y que para educarla sólo se necesitaba el amor. Que nosotras como profesoras ya debíamos saber eso.
Nos habló de Chamundeshwari. Durga. Nos dijo que todas las diosas eran la misma diosa. Todas eran diferentes aspectos de La Gran Madre Universal. De quien todos nacimos. De quien todo vino. Nos dijo que el Dios Creador no podía haber hecho todo solo, que había necesitado de su contraparte femenina, fértil, creadora, para que todo el universo fuera creado.
Nos preguntó entonces por nuestra religión, a lo que respondimos que éramos cristianas católicas. Nos dijo: la capacidad del hombre es limitada. El hombre usa la mente para entender lo que sólo entiende el alma. Y al usar la mente, le damos nombres al dios, y tratamos de separar las cosas. Por eso hay tantas religiones. Porque la mente no escucha al alma que lo sabe todo. Pero para el alma, todas las religiones y todos los nombres están hablando de un solo dios, el dios del Amor. Si los hombres comprendieran eso, todas las guerras se acabarían, y las religiones dejarían de ser necesarias. Y nos explicó que en el hinduísmo ellos no adoran a varios dioses, sino que adoran varios aspectos de un mismo dios. De ese dios del amor. Ese dios, nos dijo, puede llamarse Yavé, Alá, Jehová, o Brahma, pero que era uno solo. Y que cualquier texto sagrado de cualquier religión era un camino para llegar a Dios y para hacer que el alma encontrara la felicidad.
Nos contó también que él había sido un hombre de negocios en el norte de India, pero que siempre había sentido que algo le faltaba. Así que se había venido para el sur y se había dedicado a la vida meditativa, y ahí se había sentido satisfecho.
En ese momento llegó la Van por nosotros, así que nos despedimos, aunque nos hubiera gustado quedarnos ahí a escuchar más de esas palabras tan llenas de luz. Pero antes de que yo me fuera, él me detuvo y me dijo: pon entusiasmo en todo lo que hagas.

Les regalo estos dos mantras, uno para que nunca nadie les haga daño:

OM DUM DURGA IE NAMAHA (a la diosa Durga)

... y otro para que aprendan a ver el amor dentro y fuera de ustedes:

OM MANI PADME HUM ("la joya está en el loto" - el corazón, como el loto, purifica las pasiones que nacen en aguas pantanosas y groseras, las eleva a las emociones imprecisas e irracionales, y las convierte en sentimientos puros y sublimes. Y la joya de los sentimientos es el amor, que es tan superior que entiende todo, y por eso perdona todo y otorga a los demás la libertad).

domingo, 22 de enero de 2012

Todo el sur de la India es un templo (All South India is a temple)




En el tour que ofrecía Prana Renaissance, duramos 17 días recorriendo el sur de la India. Un terreno no muy explorado por colombianos, o por ningún país de Occidente. Había lugares donde los únicos occidentales que había éramos nosotros. La mayoría era, o del mismo sur que se desplazaba en peregrinaje a los templos hindúes, o del norte (se notaba porque éstos se preocupan mucho más por su cuerpo, van al gimnasio y se visten de modo que puedan mostrar sus bíceps y sus pectorales - hablo de los hombres). Sólo en Pondicherry y en Auroville, donde están los ashrams más famosos del sur, el de Aurobindo (Ver página oficial - Ver ashram) y el Matrimandir. De resto, mientras más nos encaminábamos hacia el sur, menos gente extranjera veíamos, más perdidos, alegremente perdidos, nos sentíamos.
Nosotros recorrimos 10 ciudades, y en ellas, más de 15 templos en total, todos datados entre el siglo X y el siglo XII. Nuestro recorrido fue así:
De Bangalore (SW) Nos dirigimos hacia el oriente haciendo esta ruta: Pondicherry-Auroville-Tirchy-Madhurai-Kanyakumari, bordeando la bahía de Bengala , y al llegar al extremo sur, donde se encuentran el océano Indico, el mar Arábigo y el mar de Bengala, pasamos una noche en Kovalam y tomamos camino hacia Mysore bordeando todo el mar Arábigo y pasando por los Ghats occidentales. Pueden ver el mapa:



Este tour sólo se puede hacer acompañado de un experto, porque es difícil encontrar buenos hoteles y en algunos lugares, como esta es una zona muy rural y poco visitada (paradójicamente teniendo los más hermosos templos del hinduismo), lo mejor que se puede conseguir a veces no satisface las expectativas del viajero. Es de notar que los hostales son un atentado contra la salud (no contra la seguridad porque como dije en un artículo pasado, nadie te va a robar o a hacer daño en el sur de India). Así que lo recomendable es tomar un tour y no ir solo. Eso sí, el viaje hay que hacerlo al menos una vez en la vida.
Pero por más que esta ruta esté llena de sitios fundamentales para la religión hindú, como la colina Aruna donde se han iluminado miles de maestros, el Matrimandir que es un templo absolutamente espectacular, el templo más grande de la India que es el de Thiruvanamalai, el templo de Somanathpur que es una maravilla tallada en una sola piedra que simplemente quita el aliento, si hablamos del aspecto ya no visual y asombroso de la arquitectura sagrada hindú, sino del aspecto puramente espiritual, basta entrar en cualquier casa, o en una tienda tradicional, para darse cuenta de que el concepto "templo" no se limita para los hindúes del sur a los espacios construidos para congregar, orar, santificar a los seguidores. Sino que esos espacios son un solo aspecto de lo que implica la palabra "templo". El cuerpo mismo es un templo. Esto también lo dijeron los santos y profetas cristianos pero en la práctica la cosa es diferente, porque para los cristianos algunas actividades del cuerpo quedan excluídas dentro de lo "sancto", como el sexo, o el placer de cualquier tipo. Mientras los cristianos se latigan el templo de su cuerpo, y se angustian cuando sienten placer por alguna cosa, los hindúes aceptan el placer como parte de lo que está admitido dentro de su templo-cuerpo.
Por otra parte, tienen un concepto del respeto asociado a esto, que se extiende a todos los ámbitos de su cultura. En el mirar, en el tocar a otro, en las palabras que se dicen, en lo que se piensa, todo se enfoca hacia el respeto por sí mismo, por el otro, por los dioses. Joseph Campbell decía que esa reverencia con que ellos, y en general los asiáticos, saludan al recién llegado, es porque ellos saludan, no al otro físico, humano, limitado y mortal, no sólo a ese, sino al Otro, al Dios que habita en cada uno.
El contacto físico no se da porque sí, porque ellos saben que todos estamos conectados más allá de lo físico, y que sólo con una mirada ya nos estamos tocando. Incluso las parejas, así estén casados, no desperdician su energía tocándose frente a otros, y no hacen nada que rompa la armonía espiritual con quienes los rodean. Sólo se manifiestan físicamente su cariño cuando están en la intimidad.
Y encontré todo un corpus de leyes y de códigos de valores alrededor de los pies, relacionado con esto que estoy exponiendo, sobre el respeto, lo sagrado, el concepto de templo.
En el sur, más que en el norte, no sólo al entrar a un templo como tal, todos deben quitarse los zapatos y entrar descalzos, para no traer la "polución" (física, mental y espiritual) del mundo exterior. También deben hacerlo al entrar a un palacio, o a un museo. Pero no sólo ahí. También al entrar en cualquier casa se debe dejar esa polución afuera, por respeto a quien la habita. Incluso un par de veces que entré a tiendas muy tradicionales, como una donde compré un saree, me di cuenta que la gente dejaba sus zapatos afuera. Por eso los pies son tratados con sumo cuidado. Hombres y mujeres andan con sus pies siempre limpios, pulidos, sus uñas arregladas, y las mujeres exhiben sus tobilleras y sus anillos para dedos. Los pies, más que los zapatos. Los zapatos pueden ser cualquier chancla o sandalia. Rara vez se ven mujeres caminando con tacones o con calzados vistosos. Pero los pies sí, los pies deben estar siempre perfectos.
En la ceremonia del matrimonio, el hombre del sur le coloca un anillo en cada pie a la mujer que está desposando, como símbolo de su compromiso. En el pie, que es el que guía los pasos, el que siente el camino.
Si tú pisas a alguien, o lo tocas sin querer, debes tocarla con la mano y después, esa mano ponerla en un ojo y luego en el otro. Los ojos, como al comenzar a comer, son los que bendicen, y en este caso, los que redimen la falta. Una falta contra otro es una falta contra los dioses.

sábado, 21 de enero de 2012

Señorita, no tiene sarees Yves Saint Loren? (Miss, don't you have Yves Saint Loren sarees?)



Cuando uno va a la India, desde tiempos ancestrales, la tradición es comprar telas y ropas típicas, joyas. En el sur, las sedas son la atracción principal. Comprar sarees sólo por la novelería de dejar que las vendedoras los enrollen a tu alrededor con sus hábiles manos, haciendo todos los pliegues como si fueran planchas humanas, y convirtiendo esos largueros de hermosa tela bordada y/o estampada, en un elegante vestido que sirve para toda ocasión. Perdónenme este lapsus light pero es inevitable rendirse ante el placer de los sentidos cuando se va de compras en el sur de India.
La segunda atracción, las kurtas y los kurtis. Las kurtas son blusas largas que son casi vestidos cortos. Los kurtis son más cortos. Las hay para hombre y para mujer. Para hombre hay unas kurtas elegantísimas y sexys. Y para mujer igual: bordadas, con apliques de lentejuelas, con estampados vistosos. Quedan realmente bien con todo. Por supuesto dentro de la gama de las kurtas hay unos vestidos hermosísimos, con muchos boleros y con sus pantalones compañeros.
Pantalones son la tercera atracción, los hay pegados al cuerpo como leggins, bombachos estilo Alí Babá, los hay de tiro largo que son entre falda y pantalón. Todas las mujeres andan por las calles luciendo sus ropas siempre impecables.
Claro, no podemos olvidarnos de las pashminas que se encuentran en todos los materiales, con diseños fractálicos, bastante útiles para las extranjeras que andan con tops de tirantas y van a entrar a un templo. Los hindúes no admiten que las mujeres anden con los hombros descubiertos. Mucho menos se admiten faldas cortas. Pantalones, vestidos largos, faldas largas, o... sarees es lo que se debe usar para ir a los templos. Lo demás es considerado profano. Una vez en un ashram casi fui apedreada por una mujer curiosamente no india sino claramente europea o norteamericana, porque no sabía que también en ashrams debía seguirse la costumbre de cubrirse los hombros. En fin, las pashminas son las que lo sacan a uno de esos apuros.
Y claro, en joyería tienen unas cosas hermosísimas. Plata y oro y piedras preciosas. Las mujeres consideran el comercio con joyería de oro como una inversión. Compran cuando baja el precio, venden cuando sube. Son acciones que a la vez se pueden usar. Y la ventaja es que nadie roba en el sur de la India. Se puede andar con rubíes y diamantes y perlas por la calle a plena luz del día, no correrán peligro.
Hay que mencionar, claro, que todo se consigue a unos precios extremadamente baratos, menos el oro. Claro, como en todo, hay tiendas más costosas pero todo cuesta tres veces menos de lo que le piden a uno de regreso a casa por una de esas piezas, menos bonitas, menos variadas y a veces de menor calidad. Mucha gente viaja a India para comprar por toneladas y venderle a sus conocidos.
Pero hay gente que cuando viaja no sale de su casa. Quiere seguir comiendo la misma comida que en su casa, tener la misma rutina que en su trabajo, y se escandaliza con cosas a las que no está acostumbrado. Y va a la India desesperado porque no le venden pollo roasted en el mac donalds, porque los restaurantes no le venden sancocho, y si va a una tienda de ropa aspira encontrarse con chaquetas, jeans, camisas, zapatos, todos de marcas occidentales. Y entra en shock si alguien le ofrece algo que no se esté usando en su círculo social. Incluso algunas personas pretenden que hablar en su lengua local es una obligación para todo aquel que se cruce en su camino, y no hacen el esfuerzo por comunicarse en la lengua que se habla en el lugar (al menos el inglés).
Hay algunas de estas personas que fanfarronean de haber estado en Dubai, en Egipto, en toda Europa y en China, pero al hablar con ellas es como si no hubieran salido de su casa. Se siguen repugnando con las diferencias culturales, se siguen burlando de las costumbres que no les fueron inculcadas en su casa, y siguen mirando al otro como un inferior, buscando cualquier disculpa para menospreciarlo.
Por eso viajan sólo en primera clase, van sólo a hoteles de 5 estrellas, se transportan sólo en los taxis del hotel o en autos rentados, van sólo a los almacenes que conocen. Le tienen miedo a la diversidad, a la diferencia. Son como mulas que sólo quieren seguir la misma ruta a su casa.
Nada mejor que la actitud mochilera: viajar en clase turista, pero no comportarse como turista. Ir a cada lugar como si se quisiera vivir ahí, viendo cómo viven las personas, qué es lo que comen, cómo se visten, en qué se entretienen. Como decía Cavafis en su poema Itaca:

"Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo".


viernes, 20 de enero de 2012

"Spicy food, simple life"



Todas las culturas más antiguas sabían que la manera más saludable de comer los alimentos era con la mano. Los indígenas americanos en algunas comunidades aún lo hacen. Se sirven la comida en hojas de palma o de plátano y con los dedos la van agarrando. Se establece una relación más íntima con la comida. Los indios del sur también lo hacen. También usan hojas de plátano para servirse, e incluso venden unos platos ya hechos, recortados, con esas hojas, que le dan a cada preparación un sabor especial.
La comida se sirve y se come con la mano derecha. Comer con ambas manos está mal visto. La regla tiene una razón práctica: si sirves y comes con ambas manos te enmelotas todo y si vas a coger un vaso o algo lo vas a volver todo una melodía.
Por eso ellos son meticulosos en lavarse las manos antes y después. En todos los restaurantes hay un lavamanos expuesto, en todas las casas al lado del comedor hay un lavamanos.
Si tú crees que tu comida puede estar en mal estado, mal cocida o envenenada, tú cierras los ojos e impones las manos sobre tu plato con la comida, sin llegar a tocarlo, y dices mentalmente: "atma namastê", del sánscrito, que significa "alma, yo os saludo". Si no hay duda ninguna sobre la procedencia de la comida, igual la gente del sur la toma con la mano, la pasa frente al entrecejo y luego frente a cada ojo antes de probar el primer bocado. Nunca pregunté por qué hacían eso, pero supongo que es una forma de bendecir la comida. Para ellos el entrecejo es un punto importante energéticamente, y los ojos también. Por ahí uno se conecta con lo divino.



Ahora sí puedo hablar sobre el título de este artículo: spicy food, simple life. Como sabemos, muchas culturas asiáticas, basan su dieta en cuanto a condimentos, en una variedad de especies picantes. Al sur de la India comen más picante que al norte. Yo que sufro de colon irritable, particularmente tengo una intolerancia con este tipo de comida. Y entre quienes me acompañaban, había personas con el mismo síndrome. Así que yo llegué unos días antes que el resto para ser conejillo de Indias (valga el juego de palabras) con el tema de la comida. Querían ver qué era "no spicy" para nosotros los colombianos, y me prepararon una serie de platos para que yo probara y a-probara. Nace la cuestión de la etiqueta. Estaba en casa ajena, era la primera vez que iba, era difícil decir "no me gustó". Pero al mismo tiempo estaba la cuestión del deber. Ellos iban a prepararnos la comida a todo el grupo según lo que mi dedo pulgar dijera. Estaba entre la espada y la pared, o entre el plato y el asiento. Así que ellos comenzaron a servirme, como es costumbre en India, en pequeñas porciones, una tras otra. Todo estaba delicioso pero extremadamente picante. Y con cada porción doña Usha me repetía con el acento marcado de todos los habitantes del sur: "this is no spicy". Al tiempo que iba metiéndome los bocados de comida a la boca, yo comencé a descubrir diferentes texturas y sabores del picante, texturas y sabores que no conocía, pero que mi organismo no estaba recibiendo de muy buena gana. Comencé a sudar frío, a sentirme cada vez más mareada, y al final juro que estaba ad portas de alucinar o de tener alguna visión extática. Y seguía en esa dualidad de "está rico pero... no lo voy a resistir, y los demás probablemente tampoco". Mi amigo Abhilash (mi jefe) finalmente creo que alguna cosa se me comenzó a ver en la cara porque comenzó a preguntarme si estaba bien. Yo decía que sí pero mis ojos llorosos y mi cara sudada creo que decía que no tanto. Pasado un tiempo después de terminar de comer, dije que me sentía mal. Me dijeron que no me preocupara, que me iban a dar algo para eso. Al rato me trajeron un vaso con una bebida caliente, que yo emocionada pensé que iba a ser uno de esos tecitos tan deliciosos que hay allá, de todos modos, algo dulce. Cuando lo pruebo... era como caldo maggi con un leve toque dulce al final. ¡Más sal! Y era... picante. No! Mi reino por un agua aromática! Bueno, siempre fui una niña juiciosa, nunca desprecié nada que me ofrecieran en las casas donde iba de visita, no iba a empezar ahora a mis treinta y tantos. Me lo tomé. Y... curiosamente, sí me quitó el malestar. Pero entonces ellos se quedaron mirándome compasivos y me dijeron: creemos que nada de lo que has comido podrán comerlo los demás del grupo. Aleluya! O... como se diga en sánscrito. Mis plegarias fueron escuchadas. El cocinero que contrataron para el tour comenzó cada día a hacernos comida más adaptada a nuestro paladar, y nadie sufrió de ningún malestar estomacal... excepto yo al final, pero por diferentes razones y eso es algo que contaré en su momento.
De todos modos, esto que acabo de relatar es el punto de partida de la frase que da título a este artículo. Porque un día con Abhilash estábamos hablando, y él me decía que no podía creer lo simple que era nuestra comida, y en contraste, lo que era la vida en Occidente, y sobre todo en Colombia: la promiscuidad, la violencia, las guerras de guerrillas. Y fue cuando me dijo: "Us Indians are: spicy food but, simple life" (nosotros los indios somos: comida picante, vida simple) "but you people have simple food and spicy life" (pero ustedes en cambio son: comida simple, vida "picante").


jueves, 19 de enero de 2012

En la India comiendo galletas con Coca-cola (Traveled that far just to have cookies and coke)

Me habían dicho que ella sólo comía galletas con Coca-cola. Al comienzo pensé que era una exageración de quien me lo estaba contando. Pero luego comprobé con asombro, casi con miedo, que era cierto.
Ella era alta, de contextura gruesa, pero estaba en los huesos. Caminaba lento. Su boca siempre se curvaba hacia abajo. Rara vez miraba a los ojos, pero cuando lo hacía, era como si mirara desde lejos, como un animal cansado o moribundo.
Tenía miedo de los pieles oscuras. Sus miradas transparentes le producían ira porque ella había perdido toda esperanza.
Al almuerzo mientras todos comíamos nuestro arroz preparado de formas siempre nuevas, ella suplicaba por una coca-cola. Nosotros podíamos recorrer kilómetros y kilómetros de parajes semidesérticos, con una que otra choza tejida como las malocas amazónicas, con esa misma intrincación y variedad de tejidos que usan los tucano, y podíamos pasar casi un día sin ver una tienda de cosas que no fueran té o frutas. Teníamos suerte de encontrar donde vendieran agua embotellada, que es la única agua que se puede tomar. Cuando encontrábamos nuestros guías no dudaban. Hacían parar la van de inmediato, y era como si llegaran a una mina de oro. Compraban varias botellas de dos litros de agua para abastecernos. Pero coca-cola... la miraban casi con desdén cuando ella la pedía. Sin saber casi inglés, esa palabra es universal. Era lo poco que ella les podía decir sin necesidad de usar mis servicios para hacerse entender.
Después comenzó a pedir papaya, que también creo yo, es casi universal.
Ella decía que no le gustaba que "ellos" tocaran la comida que ella se iba a comer. Por eso no recibía el arroz ni las verduras que nos preparaban. Pero no tenía inconveniente en recibir las frutas, que igual tenían que ser recogidas, peladas y picadas por sus manos delgadas y de ébano. Las frutas son caras aquí, me dijeron mis jefes después de que el tour terminó. Pero era tanta la preocupación que sintieron por ella, viendo que se alimentaba sólo con galletas y coca-cola, que no les importó sacar de su propio bolsillo para brindarle algo más saludable para que comiera. Y al final nos alegrábamos cuando ella comía granadas y mangos, y cuando incluso comenzó a comer algo de ensalada.
Cuando íbamos de compras después todos nos medíamos nuestras nuevas y coloridas ropas y nos enrollábamos las pashminas y sacábamos nuestros sarees, y era un jolgorio, como esos que yo imagino del siglo XIX cuando llegaban a las ciudades americanas los vendedores de telas de Oriente. Nos dejábamos abismar por los colores y por los tejidos. Y tratábamos de aprovechar al máximo nuestro dinero. Algunos pensaban en sus familiares, sus amigos y hasta en sus empleados, y por lo general compraban por docenas. Ella, cuando nosotros estábamos en plena gritería, soltando exclamaciones de alegría por los tesoros obtenidos, sólo nos miraba, desde su rincón, y de repente desaparecía para volver con 3 cosas y decir: miren, esto me salió carísimo. Pero no lo decía en queja. Lo decía con orgullo. Nosotros amábamos la belleza. Sentíamos que en cada cosa que comprábamos nos estábamos llevando un pedacito del alma enorme de los indios. Ella era matemática. Amaba las cifras.
Ella se la pasaba oliendo. Hasta el olor de su compañera de cuarto le parecía repugnante. Y el olor era emulsionado en su cerebro con las costumbres de nuestros guías. Y sacó la conclusión de que ellos eran animales.
Los indios del sur comen con la mano. Como muchas comunidades indígenas de América. Una vez uno de ellos me dijo: "ustedes dicen que comer con la mano es ensuciarse. Pero cómo va a ser sucia la comida? Acaso ustedes piensan que se alimentan de suciedad?" Tenía razón. El acto de comer es un ritual para ellos. Me dedicaré a ello en un próximo artículo. Por ahora sólo diré que para casi todo el grupo, la frase de "a donde fueres, haz lo que vieres" era parte del paseo. Y que pedimos que nos enseñaran a comer con las manos, que tiene toda una técnica. Francamente yo nunca pude. Y hay toda una serie de reglas de etiqueta relacionadas con eso, que describiré cuando hable del tema. Pero hicimos el intento para entender también mejor su cultura. Y como un acto de respeto. Ella en cambio comenzó a angustiarse porque comenzó a vernos cada vez más como animales, en un proceso de degradación y de involución. Nosotros retornamos a la comunión con la comida. Pudimos sentir mejor su textura, su oleosidad. Sin intermediarios, la comida era acogida por nuestro cuerpo. Ella la seguía tratando con lejanía como si comer fuera un acto peligroso, como si el tenedor nos salvara de su radiactividad. Como si la boca fuera la única inmune a su veneno.
Sin embargo las personas no dejan de asombrarlo a uno. Definir a un individuo es imposible, porque como decía Montaigne, "el hombre es cosa vana, variable y ondeante". Es como el mar. No se puede arar en el mar. El día que fuimos al templo de Tiruvanamalai, el templo más grande de la India, había todo un grupo de colegialas, creo que de varios cursos, todas con sus trenzas y sus uniformes impecables, y con sus sonrisas blancas. Y apenas ella las vio, se aproximó a ellas y se dejó envolver como un coral por un cardumen de peces. su rictus cambió. Creció varios centímetros. Parecía que se hubiera elevado unos milímetros del suelo. Y las niñas con esferos de colores escribieron sus nombres en Tamil sobre las palmas de las manos de ella, y no hubo necesidad de lenguajes más que las risas y los abrazos. Eso y un elefante a la entrada del templo creo que fueron sus mejores terapias.

miércoles, 18 de enero de 2012

... Mirada india... (Indian eyes)

De Viajando con Prana Renaissance


La piel de los indios del sur es oscura, y mientras más al sur, más oscura y más lustrosa. Son delgados, caminan con garbo. Las mujeres florecen todos los días y andan cubiertas de sus pétalos de seda: sarees y kurtas y bufandas casi transparentes. No importa de qué casta sean, ni qué oficio desempeñen. Una vez vi a una mujer barriendo las escaleras de un centro ayurvédico. Tenía un saree digno de una princesa.
La mirada de los indios es transparente. No hay codicia en sus pupilas. Cuando te miran no ven tu cara, ven la mano de dios en tu cara. Los ojos de los indios no son como los nuestros. Miran con esperanza.
Nadie roba. Las mujeres andan con el oro alrededor del pecho y en sus muñecas. Nadie codicia porque saben que su vida ha sido planeada por los dioses, y agradecen cada mañana sólo porque el aire anima su respiración.

Los indios viven lejos de la invención de los relojes. Ir a la India es colarse por un resquicio del tiempo. Por eso es tan fácil hacer mandalas en el agua.

De Viajando con Prana Renaissance


Hablan 1600 lenguas antiguas. Son 2 billones de habitantes. Pero al sur es la pura soledad la que habita. Llanuras, montañas encorvadas y derruidas, paisajes de piedras enormes entretejidas con verde. Vendedores de coco y de jackfruit a la vera de las carreteras. Diosas cornudas y nobles que ayudan a los campesinos a arar sus tierras y a cargar las frutas. Estanques salpicados de lotos rosados que nadie se detiene a mirar. Templos ancianos que aún se llenan de pasos reverentes y otros más ancianos que solo dejaron ruinas coloradas.
Pisando esa tierra piso las fauces de la nostalgia. Me reencuentro con mi Madre. Estando ahí no necesito leer los textos que tanto admiré. Las batallas se siguen librando. La danza de Shiva sigue transcurriendo. Y Kali sigue golpeando con sus plantas oscuras sobre la tierra. Lo siento, seré más narrativa la próxima vez. Es sólo que para cruzar los ojos de ese país hay que entrar por la boca de la poesía.

De Viajando con Prana Renaissance

Los preparativos... y los preconceptos

Fui encargada para juntar un grupo de personas que estuvieran interesadas en conocer el Sur de la India, que fue mi primer viaje. Los comentarios que escuché, como ya lo mencioné en la introducción de esta bitácora, fueron algunos como:

Los positivos pero sesgados:
- La comida es muy rica
- ¿Van a ir al Taj Mahal?
- ¿Allá todo es muy barato cierto?
- Los tigres son hermosos allá
- Qué rico montar en elefante

Los negativos:
- ¿Eso está muy superpoblado no?
- Es un país muy atrasado
- Todos los que van a la India se enferman
- Ay, esos matrimonios con niñitas de 12 años...
- Qué terrible lo del Ganges

Claro, son realidades parciales, pero que no le ocurren a todos los habitantes o a todos los visitantes. Y sobre los lugares que mencionaban en esos comentarios, India es tan inmensa que, ni el Ganges la recorre toda, ni el Taj Mahal es lo más importante para ellos. Realmente podríamos comparar esos comentarios con nuestra propia realidad, en que estamos apiñados más de 40 millones en un territorio habitable tan pequeño, y en que tenemos ríos tan sucios como el Bogotá, a cuya vera cultivan vegetales y animales que comemos todos los días sin saber su procedencia (algunos se bañan en sus aguas). En todos los países del mundo hay pobreza, hay enfermedades, hay suciedad. Pero eso no es lo que impide a los turistas visitarlos. Porque todos los países del mundo tienen monumentos dignos de verse, y culturas dignas de conocerse. Millones de personas de todo el mundo viajan cada año a la India en busca de crecimiento espiritual, de masajes ayurvédicos en esos spas tan maravillosos que tienen por todo el subcontinente, viajan para comprar las sedas, el incienso, los tratamientos para la piel, y viajan para conocer esos templos tan antiguos y hermosos, y para visitar construcciones tan asombrosas como el Taj Mahal o el Palacio de los Vientos.

Un último comentario que aún me sorprende. Me lo dijeron por lo menos 3 personas: que los indios huelen mal. Esto, debo decirlo, es un comentario sesgado, prejuicioso y racista. Es lo mismo que decían los europeos sobre los africanos, los occidentales sobre los japoneses, los japoneses sobre los occidentales... los indígenas americanos sobre los europeos. Son palabras que separan, que generalizan, que excluyen. Es como volver a los cuentos maravillosos donde el ogro le dice a su mujer: "huele a humano". Son comentarios que no están llegando a lo hondo de la cultura, sino que se vuelven meras disculpas para excluirla, para relegarla, para rebajarla a la calidad de un alimento en mal estado. Cuando uno va al mercado, uno "huele" (o debería oler) lo que va a comprar. Ah, esto está dulce, esto está verde, esto está pasado. Pero calificar a las personas por el olor es un comportamiento más que límbico, no creen? Como si inconscientemente todavía las quisiéramos comprar. Como si fuéramos aún esclavistas, o tribus caníbales oliendo a sus enemigos incautados en batalla, o perros oliéndose el miedo unos a otros para establecer su dominio sobre los más débiles. Y es además como ese texto de la Biblia que dice: "mira la viga en tu propio ojo y no la paja en el ojo ajeno". Olámonos un poco nosotros mismos antes de criticar el olor de otro. Y pongamos en la balanza, de un lado, los upanishads, el Baghavad Gita, los vedas, los sutras budistas, los yogasutras, todos en una pila (no nos olvidemos de los millones de partituras de cantos sagrados y tradicionales, y se me siguen ocurriendo cosas), y del otro, el humor corporal. Los dioses y los avataras estarían bastante molestos si después de tantos milenios intentándole enseñar a la humanidad a desarrollar su alma, lo único que quedara de toda esa sabiduría fueran esos comentarios tan pueriles.

Así pues, después de mucho trabajo logré juntar un grupo pequeño de personas para que me acompañaran a esta aventura. En los artículos siguientes voy a irles contando mis peripecias, los problemas reales que enfrenta un turista estando allá, las formas de superarlos, y las maravillas del código de valores que tienen los habitantes de ese país.

Mi experiencia en la India - a modo de introducción (my experience in India - an introduction)


Este blog ha sido creado para compartir con los cibernautas mi experiencia en India, como acompañante y traductora de la agencia Prana Renaissance.
Cuando comencé a hablarle a la gente sobre la India, me di cuenta de que la gente tenía una cantidad de preconceptos de todo tipo. Ideas sobre sanidad, ideas raciales, preconceptos religiosos. Alguien una vez me dijo: "las personas que he conocido y que han ido a la India, han regresado y se han muerto". Yo en ese momento no pude decirle nada, pero la verdad es que conocí a un señor de 98 años que aún se trepaba a los árboles de su finca y estaba lúcido y saludable como él solo, y en un viaje a Miami se cayó en un lujoso centro comercial, se golpeó muy fuerte en la cabeza y murió. Mi madre, una persona activa y energética, sufrió de una extraña hemorragia y murió en su casa, en su cama. Preconceptos como ese de la muerte, fomentado por personas que intentan dañar la reputación de un pueblo, nos quitan la posibilidad de viajar con la mente en blanco y totalmente abiertos a conocer culturas absolutamente diferentes a la nuestra, a probar comidas deliciosas, a recorrer templos que nos quitan el aliento (no importa si no son dedicados a la deidad a quien nosotros expresamos nuestra fe), y a dejarse simplemente asombrar de que la humanidad no sea lo que nosotros habíamos pensado, de que el hombre sea capaz de tan diversas soluciones a los mismos problemas. Ponernos ante culturas tan diferentes nos derrumba sin duda nuestros paradigmas. Pero dejarnos llevar por nuestros preconceptos sólo nos priva de experiencias que deberían abrir nuestra mente. La India es un país fascinante, diverso cultural y religiosamente. Es un continente entero de una antigüedad enorme, unas tradiciones que hasta hoy subsisten, una profundidad espiritual ancestral que ha influido todos los aspectos de la cultura (o culturas) occidentales: la filosofía, el arte, la política, la economía, no he visto nada escrito desde los griegos hasta hoy (que es lo poco que nos enseñan sobre la humanidad) que no haya sido atravesado por aspectos de la cultura india. Nuestra religión nos enseña que todo lo que no hable de Yavé es reprobable. Pero la forma como el concepto Dios fue forjado en el judeocristianismo tiene como abuelos estas culturas que reprobamos o subvaloramos: la persa, la india, la china, la egipcia. Es por eso que quiero que me acompañen en esta bitácora de viaje, que narra el constante asombro y la dualidad que sentí, entre mi deseo de aprender y mi incesante asombro por las cosas nuevas que conocí, y los preconceptos también asombrosos y totalmente sin fundamentos. Esta es la visión de una amante del conocimiento y de la sabiduría de la humanidad, que no tiene dueño. Y espero que ayude a curar a los lectores de los preconceptos sobre esta complejísima y hermosa gama de culturas que habitan este subcontinente asiático.