jueves, 26 de enero de 2012

¿Vamos a la playa? ¡Ponte el saree! (Let's go to the beach, put on your saree)

De Viajando con Prana Renaissance


Como decía en un capítulo anterior, algunas mujeres compran un saree por la novelería de hacerlo. Muy pocas vuelven a su país de origen y lo usan alguna vez. Pero una de nuestras compañeras de tour quiso usarlo durante el tour. Justo en el día que íbamos a ir a la playa. "Si quieres usar saree en la playa, pues hazlo", le dijimos medio en broma.
Estábamos en Kanyakumari en el extremo sur de India y era la primera vez que íbamos a una playa en todo el viaje. Todo el resto se armó de sus trajes de baño, su bronceador, su toalla, sus gafas de sol. Y nos fuimos todo el grupo con la ilusión de conocer cómo eran las playas del sur de la India, y cómo era eso de bañarse en el encuentro de tres mares de Oriente. El plan sonaba bastante exótico sin duda.

Pues cuando llegamos al lugar, nos llevamos una gran desilusión. Primero, había mar, sí, todo el mar posible. Pero playa, cero. Había unos escalones de cemento, como para sentarse a contemplar "la Gran Rosa Gris" como llamó Paul Claudel al océano. Pero las orillas del mar no eran arenosas sino rocosas. Y no de rocas lisas sino de rocas llenas de pequeñas púas que rasgarían cualquier vestido de baño.
El siguiente factor era que el tiempo estaba un poco frío y nublado. Pero el último factor, que nos impactó mucho, fue que vimos mucha gente esa tarde en ese lugar, vestidos, paseando entre esas rocas que se esparcían como animales prehistóricos dormidos aquí y allá. Niños de colegio, familias indias, parejas. Los niños con su uniforme, las familias con sus vestidos tradicionales, las mujeres con sus sarees o con sus kurtas.
Esa tarde anduvimos buscando una playa hasta que cayó el sol. El lugar donde estaba la playa tenía una cuneta que la separaba de nosotros, y que se extendía por kilómetros. No había forma de pasar al otro lado. Era como si estuvieran metiendo o arreglando una tubería de gas, de luz, de agua. Terminamos llegando cerca de una iglesia católica, y los que quisieron entraron un rato a rezar. No es común ver iglesias católicas en el sur de India, aunque las hay, como hay mezquitas, pero uno puede pasar una semana entera viendo sólo símbolos y monumentos hindúes.
Al otro día tomábamos camino por el occidente, a lo largo del mar arábigo, y pudimos darnos nuestra zambullida... que fue más bien una revolcada.
Había playa, una playa con bastante greda, y nos tomó por sorpresa. Esta vez no llevábamos, ninguno, nuestro traje de baño. Pero nos bajamos de la van y corrimos hasta que nuestros pies se llenaran de arena, y nos descalzamos y nos metimos así vestidos. Después miramos a nuestro alrededor. No sé si era por la época -julio, los monsones- que estaba toda la playa desierta, con ocasionales llegadas de una que otra personas. De todos modos vimos, de nuevo, que ninguno de nuestros temporales compañeros llevaba traje de baño. Es algo que tengo que preguntar aún, si en otras circunstancias veremos gente con bikini y pantaloneta echada rostizándose al sol. Pero a juzgar por lo tradicional y pudorosa de la gente de ese país, concluyo a priori que es más fácil ver a un rico entrar por el ojo de una aguja que ver bikinis en la India (o como sea).
De todos modos, en esas circunstancias y teniendo en cuenta lo picado del mar en esa zona sur-occidental de la India, fue mejor haber entrado vestidos que en bikini y zunga, pues es mejor ser un vivo vestido que un ahogado desnudo. Y el consejo que les doy es que, como sea que decidan irse a esas playas en esas épocas del año, si deciden entrarse con ropa al mar, dos cosas: no se pongan pantalones con bolsillos porque pueden convertirse en peligrosos sacos de arena, y fíjense que, o el elástico de la cintura esté bien templado, o no tenga elástico. A mí, que el número 3 me persiguió en ese viaje (lo narré en el episodio de la elefanta), fui revolcada por 3 olas seguidas, y en la maniobra entre mantener arriba mis pantalones (que eran con elástico) y conseguir chapucear fuera de las olas, al no conseguir del todo ni lo uno ni lo otro, el último pensamiento que tuve en un momento fue: prefiero ser una ahogada vestida. Mis últimas palabras hubieran sido: auxilio!... AARRGGHH!!!... Otra vez no!!!
... afortunadamente y a pesar de que la gente no me hubiera salvado porque pensaba que yo estaba molestando, logré salir de esa (como salió el resto a quienes les pasó algo parecido) y al final, tomándonos un té masala, como abunda en todas partes y es lo único seguro de tomar, porque es hervido, no picante, y es delicioso, nos mirábamos las caras llenas de arena como estatuas medio traídas a la vida, cansados y adoloridos, pero vivos y... vestidos.


De Viajando con Prana Renaissance

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