Fui encargada para juntar un grupo de personas que estuvieran interesadas en conocer el Sur de la India, que fue mi primer viaje. Los comentarios que escuché, como ya lo mencioné en la introducción de esta bitácora, fueron algunos como:
Los positivos pero sesgados:
- La comida es muy rica
- ¿Van a ir al Taj Mahal?
- ¿Allá todo es muy barato cierto?
- Los tigres son hermosos allá
- Qué rico montar en elefante
Los negativos:
- ¿Eso está muy superpoblado no?
- Es un país muy atrasado
- Todos los que van a la India se enferman
- Ay, esos matrimonios con niñitas de 12 años...
- Qué terrible lo del Ganges
Claro, son realidades parciales, pero que no le ocurren a todos los habitantes o a todos los visitantes. Y sobre los lugares que mencionaban en esos comentarios, India es tan inmensa que, ni el Ganges la recorre toda, ni el Taj Mahal es lo más importante para ellos. Realmente podríamos comparar esos comentarios con nuestra propia realidad, en que estamos apiñados más de 40 millones en un territorio habitable tan pequeño, y en que tenemos ríos tan sucios como el Bogotá, a cuya vera cultivan vegetales y animales que comemos todos los días sin saber su procedencia (algunos se bañan en sus aguas). En todos los países del mundo hay pobreza, hay enfermedades, hay suciedad. Pero eso no es lo que impide a los turistas visitarlos. Porque todos los países del mundo tienen monumentos dignos de verse, y culturas dignas de conocerse. Millones de personas de todo el mundo viajan cada año a la India en busca de crecimiento espiritual, de masajes ayurvédicos en esos spas tan maravillosos que tienen por todo el subcontinente, viajan para comprar las sedas, el incienso, los tratamientos para la piel, y viajan para conocer esos templos tan antiguos y hermosos, y para visitar construcciones tan asombrosas como el Taj Mahal o el Palacio de los Vientos.
Un último comentario que aún me sorprende. Me lo dijeron por lo menos 3 personas: que los indios huelen mal. Esto, debo decirlo, es un comentario sesgado, prejuicioso y racista. Es lo mismo que decían los europeos sobre los africanos, los occidentales sobre los japoneses, los japoneses sobre los occidentales... los indígenas americanos sobre los europeos. Son palabras que separan, que generalizan, que excluyen. Es como volver a los cuentos maravillosos donde el ogro le dice a su mujer: "huele a humano". Son comentarios que no están llegando a lo hondo de la cultura, sino que se vuelven meras disculpas para excluirla, para relegarla, para rebajarla a la calidad de un alimento en mal estado. Cuando uno va al mercado, uno "huele" (o debería oler) lo que va a comprar. Ah, esto está dulce, esto está verde, esto está pasado. Pero calificar a las personas por el olor es un comportamiento más que límbico, no creen? Como si inconscientemente todavía las quisiéramos comprar. Como si fuéramos aún esclavistas, o tribus caníbales oliendo a sus enemigos incautados en batalla, o perros oliéndose el miedo unos a otros para establecer su dominio sobre los más débiles. Y es además como ese texto de la Biblia que dice: "mira la viga en tu propio ojo y no la paja en el ojo ajeno". Olámonos un poco nosotros mismos antes de criticar el olor de otro. Y pongamos en la balanza, de un lado, los upanishads, el Baghavad Gita, los vedas, los sutras budistas, los yogasutras, todos en una pila (no nos olvidemos de los millones de partituras de cantos sagrados y tradicionales, y se me siguen ocurriendo cosas), y del otro, el humor corporal. Los dioses y los avataras estarían bastante molestos si después de tantos milenios intentándole enseñar a la humanidad a desarrollar su alma, lo único que quedara de toda esa sabiduría fueran esos comentarios tan pueriles.
Así pues, después de mucho trabajo logré juntar un grupo pequeño de personas para que me acompañaran a esta aventura. En los artículos siguientes voy a irles contando mis peripecias, los problemas reales que enfrenta un turista estando allá, las formas de superarlos, y las maravillas del código de valores que tienen los habitantes de ese país.
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