De Viajando con Prana Renaissance |
La piel de los indios del sur es oscura, y mientras más al sur, más oscura y más lustrosa. Son delgados, caminan con garbo. Las mujeres florecen todos los días y andan cubiertas de sus pétalos de seda: sarees y kurtas y bufandas casi transparentes. No importa de qué casta sean, ni qué oficio desempeñen. Una vez vi a una mujer barriendo las escaleras de un centro ayurvédico. Tenía un saree digno de una princesa.
La mirada de los indios es transparente. No hay codicia en sus pupilas. Cuando te miran no ven tu cara, ven la mano de dios en tu cara. Los ojos de los indios no son como los nuestros. Miran con esperanza.
Nadie roba. Las mujeres andan con el oro alrededor del pecho y en sus muñecas. Nadie codicia porque saben que su vida ha sido planeada por los dioses, y agradecen cada mañana sólo porque el aire anima su respiración.
Los indios viven lejos de la invención de los relojes. Ir a la India es colarse por un resquicio del tiempo. Por eso es tan fácil hacer mandalas en el agua.
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Hablan 1600 lenguas antiguas. Son 2 billones de habitantes. Pero al sur es la pura soledad la que habita. Llanuras, montañas encorvadas y derruidas, paisajes de piedras enormes entretejidas con verde. Vendedores de coco y de jackfruit a la vera de las carreteras. Diosas cornudas y nobles que ayudan a los campesinos a arar sus tierras y a cargar las frutas. Estanques salpicados de lotos rosados que nadie se detiene a mirar. Templos ancianos que aún se llenan de pasos reverentes y otros más ancianos que solo dejaron ruinas coloradas.
Pisando esa tierra piso las fauces de la nostalgia. Me reencuentro con mi Madre. Estando ahí no necesito leer los textos que tanto admiré. Las batallas se siguen librando. La danza de Shiva sigue transcurriendo. Y Kali sigue golpeando con sus plantas oscuras sobre la tierra. Lo siento, seré más narrativa la próxima vez. Es sólo que para cruzar los ojos de ese país hay que entrar por la boca de la poesía.
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