lunes, 23 de enero de 2012
Milagros, I: encuentro con un avatar. (Miracles, I: encounter with an avatar)
Por:
Gabriela A. Arciniegas
Una de las experiencias más hermosas que viví en el sur de India fue una totalmente casual e inesperada, que no estaba incluida dentro del tour. Y sólo la vivimos dos personas. Pero las hierofanías operan así. Ellas están programadas en la vida de algunos seres humanos. Tal vez de todos, a su manera. Sólo que nosotros no lo sabemos. Y cuando nos llegan nos asombramos. Nos preguntamos, yo estaba listo para esto?
Me sucedió dentro de los últimos 7 días del tour, cuando estábamos quedándonos en Mysore. Esa mañana salimos a la colina Chamundi, que es como un Monserrate indio, sin teleférico ni funicular pero con las escaleras interminables en cuyo final se encuentra el templo de Chamundeshwari, otro nombre de Durga, la diosa que se pinta montada sobre un tigre, o un león, como en esta imagen:
Ella es la versión más antigua del Arcángel San Miguel. Ella fue invocada por los hombres para matar a los demonios. La postura en que la muestran haciéndolo es la misma postura del arcángel, agraciada, femenina, sonriente, con la lanza clavada en el demonio. Porque sólo una entidad femenina podía acabar con el malicioso demonio. Los hombres utilizaban la fuerza, la espada, la agresividad. Pero eso alimentaba al malvado en vez de vencerlo. Así que fue Durga con su persuasión, su seducción, su tranquilidad, la que desconcertó al enemigo y lo pudo doblegar.
Pero siguiendo con el relato, esa mañana la van nos dejó en la falda de la colina y se suponía que debíamos subir las escaleras hasta llegar a la cima para visitar el templo. Sin embargo yo estaba con los pies muy hinchados (algo de lo que sufrí todo el viaje) y no fui capaz de subir más de 10 escalones. Otras dos señoras que estaban conmigo, ambas tenían problemas de rodillas. Así que nos unimos para entrar en huelga. No podíamos subir la escalera. Preguntamos al guía si había otro modo de llegar, y nos dijo que había una carretera mucho más larga pero que llegaba también hasta la cima, que debíamos quedarnos abajo en la falda de la colina para que la van nos recogiera y nos llevara. Llamaron al conductor y él dijo que se tardaría un poco, pero no nos importó. Nos quedamos a esperarlo.
Después de observar un rato los monos que estaban por todos lados, volteamos hacia detrás de nosotros y vimos un muro con una reja. Detrás de la reja un patio con una especie de casa. Nada ornamentado. Todo muy sencillo. Nos preguntamos qué podía ser.
La reja estaba abierta, y una de las señoras entró. Yo la seguí sólo para decirle que quizá no era bueno entrar así en un lugar donde no nos habían invitado. La casa tenía una reja y se podía ver al fondo unos altares. Afuera, contra la pared, había un tablero con un listado de días y de pujas para cada día. Ahí comenzamos a entender que estábamos a las puertas de un templo. Pero yo no dejaba de sentirme un poco intrusa. Y se lo estaba diciendo a la señora cuando detrás de la reja apareció un brahman. Con su doti blanco, su torso descubierto, el cordón característico de todos los de la casta brahmin, de unos 50 años, pelo blanco, barba blanca. Tenía un ojo desviado y eso daba la impresión, cuando te miraba, de que te estaba auscultando el alma. Nos saludó con ceremonia, y contrario a lo que yo pensaba, nos preguntó muy amablemente si deseábamos entrar. Yo tardé en decir algo, creo que no dije nada, y él entonces continuó: si desean entrar pueden quitarse los zapatos. El asombro de ambas fue total. Nos quitamos los zapatos y entramos. A la izquierda había un cuadro de Ganesh, el dios con cabeza de elefante cuyo vehículo es el ratón, y al que se le ora cuando se tiene algún obstáculo para lograr un objetivo. Era un afiche medio descolorido. No era como esos templos ostentosos, enormes, llenos de columnas y de tallas. Era un lugar sencillo. El piso era de cemento, y al fondo, con cierto espacio entre uno y otro, tres monumentos como de la estatura de un hombre. La emoción con que recuerdo la experiencia, y lo importante de las palabras, hace que se me nuble la memoria y que no recuerde qué imágenes había en esos monumentos. Creo que una era de Shiva, otra de Kali y la otra de Ganesh. Estaban cada una encerrada entre un pequeño nicho. El templo estaba solitario. Había solamente unos 3 brahmanes paseándose o meditando en las esquinas. Nadie más visitándolo. Pero el brahman que nos dejó pasar, nos acompañó y nos comenzó a explicar sobre las estatuas. Nos preguntó de dónde veníamos, qué hacíamos. Yo respondí que éramos profesoras. Ahí comenzó la hierofanía. Comenzó haciendo una crítica a la educación. Dijo que lo más importante no era saber cosas, sino educar el alma. Nos dijo que el alma tiene el diámetro de un cabello, que es casi invisible, pero que al mismo tiempo es enorme. Y que cuando se educa, todo lo demás pierde sentido y se encuentra la felicidad. Y que para educarla sólo se necesitaba el amor. Que nosotras como profesoras ya debíamos saber eso.
Nos habló de Chamundeshwari. Durga. Nos dijo que todas las diosas eran la misma diosa. Todas eran diferentes aspectos de La Gran Madre Universal. De quien todos nacimos. De quien todo vino. Nos dijo que el Dios Creador no podía haber hecho todo solo, que había necesitado de su contraparte femenina, fértil, creadora, para que todo el universo fuera creado.
Nos preguntó entonces por nuestra religión, a lo que respondimos que éramos cristianas católicas. Nos dijo: la capacidad del hombre es limitada. El hombre usa la mente para entender lo que sólo entiende el alma. Y al usar la mente, le damos nombres al dios, y tratamos de separar las cosas. Por eso hay tantas religiones. Porque la mente no escucha al alma que lo sabe todo. Pero para el alma, todas las religiones y todos los nombres están hablando de un solo dios, el dios del Amor. Si los hombres comprendieran eso, todas las guerras se acabarían, y las religiones dejarían de ser necesarias. Y nos explicó que en el hinduísmo ellos no adoran a varios dioses, sino que adoran varios aspectos de un mismo dios. De ese dios del amor. Ese dios, nos dijo, puede llamarse Yavé, Alá, Jehová, o Brahma, pero que era uno solo. Y que cualquier texto sagrado de cualquier religión era un camino para llegar a Dios y para hacer que el alma encontrara la felicidad.
Nos contó también que él había sido un hombre de negocios en el norte de India, pero que siempre había sentido que algo le faltaba. Así que se había venido para el sur y se había dedicado a la vida meditativa, y ahí se había sentido satisfecho.
En ese momento llegó la Van por nosotros, así que nos despedimos, aunque nos hubiera gustado quedarnos ahí a escuchar más de esas palabras tan llenas de luz. Pero antes de que yo me fuera, él me detuvo y me dijo: pon entusiasmo en todo lo que hagas.
Les regalo estos dos mantras, uno para que nunca nadie les haga daño:
OM DUM DURGA IE NAMAHA (a la diosa Durga)
... y otro para que aprendan a ver el amor dentro y fuera de ustedes:
OM MANI PADME HUM ("la joya está en el loto" - el corazón, como el loto, purifica las pasiones que nacen en aguas pantanosas y groseras, las eleva a las emociones imprecisas e irracionales, y las convierte en sentimientos puros y sublimes. Y la joya de los sentimientos es el amor, que es tan superior que entiende todo, y por eso perdona todo y otorga a los demás la libertad).
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