Me demoré en escribir este artículo porque al pensar en mi experiencia en India no puedo evitar hacerlo con dolor, y más dolor por mis coterráneos que por lo que ví allá. Sin embargo, tengo que escupirlo. No puedo tenerlo en mi sistema por más tiempo.
Algo que me asombró en el sur de India es que sus habitantes son capaces de las mayores proezas en pos de la amistad. Cuando comenzamos el tour, había con nosotros 3 personas indias: El cocinero, el guía y asesor de rutas, y el dueño de Prana Renaissance, mi amigo Abhilash. Y 4 con el conductor de la van, de quien escribiré un artículo más adelante. Todos ellos a medida que pasaba el tour me di cuenta de que eran personas muy especiales. Lo que no puedo decir de quienes yo había traído conmigo.
El tour había sido pensado para personas espirituales y abiertas. La idea era poder conocer todos los templos del sur, por lo menos los más importantes. Templos hindúes, por supuesto. Y en muchos de los lugares, creo que ya lo relaté en otro artículo, los hoteles eran bastante sencillos, pero la idea de quedarse en ellos era hacer un pequeño sacrificio para poder disfrutar de la maravilla de esos templos antiguos. Sin embargo, la mayoría de nuestros comensales no entendieron el propósito. Uno quería comprar ropa de marca. La otra quería tener criados y pajes blancos, hacerse el manicure en algún salón, conseguir coca-cola a todo momento, y pensaba que India era tigres y elefantes. Otra hacía yoga, quería vestir de saree, conseguir malas de piedras preciosas para regalar a sus amigos, sabía varios mantras, y quería ponerse un bindi todos los días, pero todos los días que se subía a la van decía las mismas palabras: "uy, huele a chucha (sudor de axila)", "uy, ese conductor cómo huele, fuchi".
Yo estaba metida en mi trabajo, que era traducir, bien dificil que me resultó porque el inglés de los indios del sur es bastante enredado. Ya contaré los chascos que me ocurrieron por causa de su acento. Pero por esa razón hubo varias cosas de las que no me enteré durante el viaje sino cuando ya habíamos regresado a Colombia. Por ejemplo, que el segundo o tercer día, a una de las señoras (con la que viví la experiencia del brahman), cuando fuimos al ashram de Aurobindo en Pondicherry, y llegamos a un monumento, todos nos arrodillamos frente a él en señal de respeto, y nos sentamos a meditar bajo un árbol gigantesco y hermoso. Pues en ese momento, los otros tres personajes que describí, agarraron a mi compañera de milagros y le dijeron: usted por qué se arrodilla frente a esos altares profanos? Eso es herejía, la podrían excomulgar por eso. Acaso quiere dejar de ser cristiana? Acaso se quiere ir para el Infierno? Y más tarde en otro templo le dijeron: esos indios, y el profesor de yoga y esa traductora, seguro son brujos y pertenecen a una secta satánica. Seguro nos quieren convertir a su religión. ¡Cuidado!, le gritaron, me los imagino, crispando sus manos y echando babasa por la boca. Y seguían pronunciando las palabras "herejía", "brujería", "excomunión". Y llegaban al hotel y miraban todo con asco y se reían de la comida, y luego se burlaban de cada cosa que los indios hacían. Para los cristianos, todas las demás religiones son herejía, a pesar de que el cristianismo tomó mucho de esas religiones para poder existir. Sin embargo, esas religiones no llaman al cristianismo de hereje; todo lo contrario, respetan a Cristo, y admiran sus enseñanzas, como a las de Buddha, o Mahoma, o Fu Xi. Esta foto que tomamos habla por sí sola:
Tal vez si yo hubiera sabido estos episodios hubiera contado lo que Abhilash me contó:
El señor que viajaba con nosotros y que era experto en rutas, un señor como de unos 50 años, tiene él mismo una compañía de turismo en India. Todos los años hace tours por toda la India y se la conoce como la palma de su mano. Es un señor en apariencia humilde. No usa ropas costosas. Pero tiene una mirada con mucha fuerza. Viéndolo por encima uno diría que es una persona común y corriente. Sin embargo, fue como 3 días después de comenzar el tour que Abhilash me dijo que ese señor era muy amigo de su familia, y que era por eso que él lo había llamado para que nos acompañara en el tour para prestarnos sus conocimientos turísticos. Es de la casta de los brahmines, es decir, la casta sacerdotal de la India. Es la casta que básicamente maneja el país y que tiene mucha influencia económica. Muchos de ellos son comerciantes y manejan mucho dinero. Satish, que así se llama él, ha estudiado mucho y ha viajado mucho. En su casa se viste con ropas finas. Pero para los tours, me explica mi amigo, usa ropas sencillas para soportar el trajín de estarse moviendo, y para no tener que viajar con mucho equipaje. Ese señor que ves ahí con esas ropas que parecen viejas, me dice, me ha dicho que para no hacernos incurrir en gastos "innecesarios", no ha aceptado que le proporcionemos una habitación para pasar las noches, sino que ha preferido dormir en la van. El y el cocinero, Prakash (otro encanto de persona), han preferido hacerle compañía al conductor y quitarse el cansancio del día en los incómodos asientos del vehículo que nos transportaba. Y todos los días, ellos iban a la recepción del hotel donde estuviéramos, y pedían cualquier grifo de agua para darse un duchazo, cambiarse de ropa y volver a subirse a la van para irse con nosotros. Yo la primera noche del tour sí los vi acostados en los sofás del lobby del hotel, pero como no los conocía muy bien no le di tanta importancia. Pero ya cuando supe la panorámica de la realidad, sentí mucha rabia de la gente con quienes viajábamos, pues yo sé cómo son las cosas en Occidente, y en mi país. La gente le roba a su propio hermano, a sus amigos de infancia. Les ofrece ayuda pero rara vez es gratis. Yo veía estas personas sometiéndose a esas incomodidades sólo por amistad y sin pedir nada a cambio, y lo único que cabía en mí era un profundo asombro, una profunda reverencia. Y por eso cuando regresé y la gente me preguntaba qué opinaba del clasismo en India no sabía qué contestar, porque por lo menos en mi viaje, el conductor, el cocinero y el guía, que se podía notar que eran diferentes entre sí, se hermanaban durmiendo de la misma incómoda manera, y duchándose en el patio de los hoteles, y tomaban del mismo té que nosotros, sin verse nunca en sus caras una señal de queja, de rencor, de querer cobrar algo a cambio. Y cuando supe los comentarios que le habían hecho a mi amiga sobre lo "satánico" y "hereje" de una religión mucho más antigua que el cristianismo, cotejada con el comportamiento cotidiano de estos tres hombres, no pude más que sentir vergüenza ajena por mis compatriotas. Ellos, claro, no tenían por qué saber de esa situación de entrega que ellos vivían todos los días, pero no tenían que saberlo para darse cuenta de quiénes son los indios, y de lo evolucionados espiritualmente que están respecto de nosotros. Claro, en India hay corrupción, hay pobreza, hay injusticias, como en todos los países del mundo (que el que esté libre de peculado que tire la primera piedra) pero son estas situaciones las que lo dejan pensando a uno, a uno como persona, si con el exoterismo que su religión natal le proporcionó durante la vida podría ser capaz de olvidarse por un momento de las necesidades de su ego y hacer un sacrificio así, por el beneficio de un amigo; sólo por quitarle un poco de peso de los hombros y cargárselo uno sobre los suyos.
De izq. a der.: Satish, Prakash y Abhilash.
Una compañera de viaje, Inés Fonseca, me escribió una carta sobre este artículo. Véanla aquí